Carta a Jesús Yusuf Isa Cuevas
- Q.F. Salvaje
- 15 mar 2016
- 3 Min. de lectura

31 de enero de 2015. 11.45pm.
Mi estimadísimo Chucho,
Esta noche me acordé de ti, de tu carta. Mientras mis amigos celebraban la llegada del año nuevo entre copas de sidra, me acordé de tus palabras, de tu desolación, de la duda. Ahora yo no sé si mi quehacer tiene sentido Chucho, quiero decir que cerca de volver a casa, con los ojos puestos sobre el mar frente a las playas de Marbella, preocupado por esa hora precisa en que he de volver a casa y a la realidad, a mis hijos y a mi mujer, me pregunto si mi quehacer tiene sentido. Es que, a lo mejor soy una idea sin tierra Chucho, a lo mejor no voy a ninguna parte. A lo mejor la revista de los infrarrealistas no es más que una quimera, a lo mejor la arquitectura no es más que una extraña forma de unir puntos y líneas, a lo mejor el espacio no existe, a lo mejor la poesía no son sino palabras sosas y desarticuladas. Extraño a Laura, en otras palabras, extraño la ciudad, mis pasos sobre las calles de la colonia Condesa, mis recorridos infinitos y circulares sobre la calle Hipódromo. Extraño a mi madre Chucho. Quiero salir a caminar y no puedo, la verdad es que aquí en Marbella no se puede nada y no hay encierro más cruel que aquel que ocurre en el territorio de la imaginación, cuando la propia mente se ahoga entre la imagen de la realidad, porque la verdad Chucho, es que no estoy en las playas de Marbella, sino encerrado tras las rejas de una clínica. Por favor, te pido, por lo que más quieras en este mundo, que no se lo digas a mi mujer ni mucho menos a los infrarrealistas. Quim Font Salvaje está encerrado como un perro entre cuatro paredes. Y qué va a ser de mí, amigo mío, el día que cruce estos muros para ir de vuelta al mundo, no tenga nada, no tengo a donde ir. En otras circunstancias te contaría la historia de cómo en estas playas un montón de adolescentes hicieron fiestas salvajes hasta el amanecer, te contaría cómo en esta fiesta bailamos, bebimos y echamos a volar globos de cantoya por el cielo raso de la España meridional, pero ya no tiene sentido insistir en la mentira. La verdad es que tan solo vi, por la ventana de mi habitación, unos globos de cantoya incendiándose caer sobre el jardín de la clínica y prender un árbol. Sentí mucho miedo de morir entre el fuego y sentí mucho miedo de salir de aquí. Siento mucho miedo Chucho. Después de todo no soy más que un hombre solo. Atrás de la ventana no hay nada más que un globo de cantoya ardiendo pero el fuego no me toca, no me alcanza. El fuego no va a alcanzarme nunca, no lo suficientemente pronto, antes de tocarme siquiera este fuego me va a hacer pensar y eso es lo que ya no soporto: pensar en el día de mañana, pensar en mi mujer, en mis hijas, en la poesía, en Laura. Debo ser un idiota, pero ahora lo único que quiero, es pensar en mi Ford Impala, soy yo Chucho, quien quiere ir al desierto a buscar a Cesárea, a perseguir la poesía. Soy yo el que quiere creer en algo. Ahora quisiera encontrar a Alvarito y beber con él hasta desaparecer tras las puertas de mi estudio. Las horas me cansan, llevar la cuenta de los días me agota. Quisiera irme muy lejos de aquí y del mundo en mi Ford Impala. No me gusta el mundo Chucho, ¿no podemos renunciar a él? ¿No podremos inventarnos otro distinto?



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